Sports d'hiver aux Eaux-Bonnes

"En julio de 1852, reinaba una confusión total en la pequeña ciudad de Eaux-Bonnes, elegantemente alojada en un repliegue de los Pirineos: unas extranjeras, recién llegadas del país vecino, causaban sensación. Eugenia de Montijo, acompañada de su madre, había elegido pasar la temporada en ese pueblo, y se corría la voz de su encanto triunfante. Los hombres se mostraban subyugados y encandilados. Las mujeres opinaban de común acuerdo, cosa rarísima cuando se trata de juzgar a una de ellas, aseguraban no haber visto nunca una sonrisa comparable a la suya, tan dulce y tan digna al mismo tiempo.   

El nombre de Mlle de Montijo revoloteaba en todos los labios. La originalidad de sus maneras, un tanto audaces, un tanto singulares en ciertos aspectos, que provienen de su educación cosmopolita,   así como su propensión a la caridad, su generosidad impulsiva, que le llevan a repartir todo el bien que le es posible hacer; realzaban más aun la curiosidad y la simpatía  que provocaba.  [...]

La joven española se entregaba, física y moralmente, hasta el límite de sus posibilidades,  haciendo excursiones, recorriendo a caballo las rutas pintorescas de esta parte de los Pirineos, disfrutando con el entusiasmo de su edad a los placeres del baile; (…)

Cada mañana, asistíamos a un espectáculo conmovedor, delante de la puerta del hotel donde estaban alojadas la condesa y su hija. Los pobres del país esperaban agrupados a que la rubia hada se mostrara; y eran cada día más numerosos los que venían por la fama de generosidad que tenía y de la que otros muchos también querían beneficiarse. Desde los pueblos vecinos acudía gente desfavorecida para recibir su parte de “limosna cotidiana”. Sólo un viejecito, ciego y confinado en su miserable casa por tener las piernas inválidas, se quejaba de no poder beneficiarse de esta generosidad. La señorita de Montijo tuvo noticia de su situación. Cuando marchó de Eaux Bonnes su coche se detuvo delante de la cabaña del pobre campesino impedido; salió del coche y colocó dos luises  en la mano temblorosa. En un impulso de reconocimiento este hombre sencillo gritó: “ ¡Que Dios le recompense como merece! ¡Que Dios le haga reina!”

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Loliée, Frédéric (1856-1915). - La vie d'une impératrice, Eugénie de Montijo, d'après des mémoires de cour inédits... / Frédéric Loliée. - Paris : F. Juven, 1907.
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