« La primera aparación, ya lo he dicho, tuvo lugar el jueves lardero, 11 de febrero de 1858, hacia las doce y media del mediodía o una de la tarde; pero dejo de hablar para que lo haga por sí quien tuvo la visión. El relato que sigue, lo he oído diez veces, veinte veces, cien veces quizás, de la boca de la pequeña extasiada. Creo que puedo reproducirlo en su conmovedora e ingenua simplicidad, tratando de traducir casi palabra por palabra el patois de los Pirineos, único lenguaje que Bernadette conoció.
“Aquel jueves lardero, hacía frío y el tiempo estaba oscuro. Después de la cena, mi madre nos dijo que no quedaba leña en casa, lo que le entristecía. Para complacerla, mi hermana Toinette y yo nos ofrecimos para ir a recoger ramas secas a la orilla del río. Mi madre nos contestó que no, porque hacía muy mal tiempo y corríamos el riesgo de caernos al río. Nuestra vecina y amiga, Jeanne Abadie, que cuidaba a su hermanito en casa, y que tenía ganas de venir con nosotras, fue a llevar a su hermano a su casa y volvió poco después diciéndonos que tenía permiso para acompañarnos. Mi madre todavía se hizo de rogar, pero viendo que éramos tres, nos dejó marchar.”
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